Tami
quisiera saltarse el día de mañana si pudiera, quisiera saltarse todo el mes de
ser posible, quisiera… quisiera volver el tiempo atrás.
Siente
como si su cabeza explotara. Siente frío, hielo y vacíos negros.
Se levanta
y se dirige a su dormitorio, la cama está vacía, su esposo no ha venido anoche
a dormir ¿Pero cuando lo hace últimamente? Todos los fines de semana los pasa
afuera, llamados de la empresa a última hora.
¿Casualidad? Tami no le cree.
Sale de su
alcoba, no quiere dormir ahí, hacerlo solo le martillara la mente con
pensamientos sobre con que mujer su esposo estará compartiendo la cama. Se acobija sobre su sofá, su mirada va de un
lado a otro sin ningún rumbo fijo, como si sus ojos estuvieras huyéndole al
objeto que delicadamente está bajo una manta de seda amarilla.
Ahí, ahí,
dice una voz en su mente, atrévete a mirar… pero ella tiene miedo.
Su piano.
Tami tiene
la certeza de que su esposo la ama, no puede dudarlo, se lo ha demostrado
durante los últimos años. Pero allí la paradoja de todo esto, he ahí el secreto
de una relación.
No solo es
amar a tu pareja, esa es la parte fácil. La parte difícil es mantenerse
enamorado de la misma persona, día tras día. He ahí el secreto, el poder, la
llave.
Hace mucho
tiempo que Tami sabe que su esposo no está enamorado de ella y tampoco lo está
ella de él, se aman y se respetan, al menos ella aun lo respeta. ¿Pero a quien
engañan? Ya no están enamorados.
Al
despertar el primer rostro que quiere ver no es el de él, la primera persona
con quien quiere hablar, dejo de ser hace mucho tiempo su marido.
El frio
entra por una ventana rota. Tami se levanta y se congela al tiempo que ve una
sombra negra apoyada en el marco de su cocina.
- No hagas esto más difícil Tami…
Su voz es
fuerte y autoritaria y tiene algo en la mano, un objeto que hace que Tami
retroceda hasta llegar a la pared y se acurruque en silencio. No grita, sabe
que de nada sirve gritar, nadie vendrá en su ayuda, no puede defenderse
tampoco, la camisa de fuerza se lo impide,
ella está sola otra vez.
- Tami… Tami… tranquila, esto ayudara a
dormir.
Dice aquella
voz mientras le inyecta.
- ¿Cómo está? ¿Qué hacía? - pregunta el esposo de Tami, que está detrás
del enfermero –
- Igual que todos los días, a medianoche
se levanta, va su escritorio, luego viene al sofá y pone la mirada perdida.
Lo hace todos los días.
- ¿Por qué sigue sin hablarme? El doctor
dice que…
- Lo siento – le corta el enfermero
- si me permite, acostare a su esposa en
la cama.
El esposo
vuelve a su cama, mientras Tami es acostada en otro cuarto, el sedante ya ha
hecho efecto y Tami duerme sin sueños, sin pesadillas, sin recuerdos. Tami no
puede hablar, no quiere hablar, ella está perdida en sus cavilaciones del amor
y del enamoramiento, justo como se quedó el instante mismo en que encontró a su
esposo teniendo sexo sobre su piano con su alumna. En ese momento el mundo de
Tami se congelo, se enmudeció, toda ella, para siempre.
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